domingo, 27 de febrero de 2011

Tú eres la causa de tu buena suerte


La Buena Suerte

Un granjero vivía en una pequeña y pobre aldea. Sus paisanos le consideraban afortunado porque tenía un caballo que utilizaba para labrar la tierra.

Un granjero vivía en una pequeña y pobre aldea. Sus paisanos le consideraban afortunado porque tenia un caballo que utilizaba para labrar y transportar la cosecha. Pero un día el caballo se escapó. La noticia corrió pronto por el pueblo, de manera que al llegar la noche, los vecinos fueron a consolarlo por aquella grave pérdida; ¡Qué mala suerte has tenido! La respuesta del granjero fue un sencillo "puede ser".

Pocos días después el caballo regresó trayendo consigo dos yeguas salvajes que había encontrado en las montañas.

Enterados los aldeanos acudieron de nuevo, esta vez a darle la enhorabuena y comentarle su buena suerte, a lo que él volvió a contestar: "Puede ser".

Al día siguiente, el hijo del granjero trató de domar a una de las yeguas, pero está lo arrojó al suelo y el joven se rompió una pierna. Los vecinos visitaron al herido y lamentaron su mala suerte; pero el padre respondió otra vez: "puede ser".

Una semana más tarde aparecieron en el pueblo los oficiales de reclutamiento para llevarse a los jóvenes al ejercito. El hijo del granjero fue rechazado por tener la pierna rota. Al atardecer, los aldeanos que habían despedido a sus hijos se reunieron en la taberna y comentaron la buena estrella del granjero, más este, como podemos imaginar, contesto nuevamente: "Puede ser"...

Uno de mis libros de cabecera y que recomiendo es "La buena Suerte" donde confirma lo importante de la actitud de las personas frente a la vida, comparto esta lectura que extraje de http://servicios.elcorreo.com/auladecultura/fernando_trias5.html donde el autor del libro relata las 10 reglas de la buena suerte


Bilbao, 22 de marzo de 2004

El libro La Buena Suerte es una fábula que va desgranando las claves de la buena suerte, las claves de la prosperidad. Es un cuento muy sencillo. El mago Merlín cita a todos los caballeros de un reino y les informa de que en el bosque encantado nacerá en el plazo de siete días un trébol mágico de cuatro hojas, que es el trébol de la suerte ilimitada; a quien lo encuentre le sonreirá la suerte durante toda su vida en los negocios, en la guerra o en el amor.

De todos los caballeros, sólo dos aceptan el reto porque el bosque encantado es enorme, el trébol es diminuto y no hay ninguna pista. Uno de los caballeros viste de blanco y se llama Sid, que es la afirmación, el sí, mientras que el otro prefiere el negro y se llama Nott, que es la negación.

La historia es muy sencilla y se lee en menos de una hora. Los caballeros van por el bosque encontrando toda una serie de personajes que son arquetipos muy deliberadamente escogidos (el agua, la piedra, la tierra, el árbol, la roca...), y cada uno va facilitando a los dos caballeros exactamente la misma información. Lo interesante es que reciben lo mismo, es decir, les dicen lo mismo cuando preguntan; aun así, la diferencia estriba en que el caballero negro sencillamente no hace nada, sino que espera a que otros le traigan la buena suerte, mientras que el caballero blanco, en cambio, va pensando qué tiene que hacer con esa información para que la buena suerte llegue.

Es lógico imaginarse que, al final, el caballero blanco hallará el trébol. Sin embargo, no es así, no lo encuentra. Aunque no desvelaré el desenlace, sí puedo adelantar que al final hay un golpe dramático y una bruja que, como en todas las películas de Disney, pone la tentación. Creo que el final es lo que ha colocado el libro en más países, porque, si este libro terminara con que el caballero blanco encuentra el trébol, no lo habrían comprado en ningún país. Es un final muy revelador, muy sorprendente, que nadie espera.

Voy a desgranar a continuación las diez reglas de la buena suerte y a ilustrarlas con algunos ejemplos reales de científicos, deportistas, proyectos empresariales, etc. Esos ejemplos irán apoyando cada una de las tesis, ya que realmente esto no es sólo una fábula de inspiración, sino que, por el contrario, La Buena Suerte es un libro basado en varios años de lectura y de observación.

La primera regla de la buena suerte establece que la suerte no dura demasiado tiempo porque no depende de uno, mientras que la buena suerte la crea uno mismo, por lo que dura siempre. Hay un dato muy revelador que salió en un reportaje de Informe semanal, de Televisión Española. Se trataba de un reportaje sobre varias personas a las que les había tocado la lotería y a las que, diez años después, volvían a visitar. Pues bien, el 90% de los premiados estaba arruinado, o peor que antes o igual que al principio; y, además, peleado con todas sus familias.

Es decir, la suerte, aunque llegue, no dura. Precisamente la gente a la que le toca la lotería –que muchas veces es lo que todos deseamos– cae en la actitud de abandonarse al destino porque, cuando llueven muchos millones de golpe, lo que se piensa es que ya no merece la pena hacer nada, ya que realmente no hay nada que dependa de uno. Esto hace que se adopte una actitud de abandono merced a la cual se gestiona muy mal esa gran suerte y se empieza a depender sólo de la suerte.

La segunda regla de la buena suerte dice que muchos son los que quieren tener buena suerte, pero pocos los que decidimos ir a por ella.

Aquí me gustaría hablar de tres cifras muy interesantes. La primera es un estudio que se hizo en Harvard en 1953 para el cual se entrevistó a toda una serie de estudiantes que ya se licenciaban. Se les preguntaba cuántos de ellos tenían claro lo que querían hacer para ir en pos de su meta, de sus deseos. Sólo el 3% declaró que lo tenía claro frente al 97% restante, que aseguró que no lo había pensando, pero que ya lo iría viendo. Esa misma muestra de estudiantes fue de nuevo entrevistada veinte años después, en 1973, y se le pidió que enumerara todo lo que había podido acumular a escala patrimonial, de prosperidad y de negocios. Pues bien, ese 3% que había contestado que sabía lo que tenía que hacer o que, por lo menos, lo tenía claro y ya lo había decidido aglutinaba nada más y nada menos que el 98% del valor de todo el grupo: un 3% concentraba el 98% de la riqueza de todo ese grupo.

El segundo dato es un estudio elaborado también en Estados Unidos, donde son muy propensos a este tipo de investigaciones. Corría el año 1960 y fue realizado sobre 1.500 másters en administración de empresas. Se les preguntaba qué preferían: si ir primero en pos de su sueño y, después, ya cuando su sueño o lo que ellos deseaban se hubiera cumplido, dedicarse a ganar dinero, o primero ganar mucho dinero y, después, ya cuando tuvieran dinero, hacer lo que les gustaba.

No sorprenderá que el 83% respondiera que primero ganar dinero y, con el dinero ganado, hacer lo que a cada uno le gustaba, y que sólo el 17% confesara que iría directamente a lo que era su sueño. Al cabo de veinte años, también en 1980, entre esos 1.500 MBA había 101 multimillonarios; además, al menos de esos 101 multimillonarios, 100 estaban en el grupo de los que habían dicho que primero irían a por su sueño y después, si acaso, ya pensarían cómo ganar dinero. Esto nos indica realmente que hay que ir a por lo que deseamos: eso es lo que trae la prosperidad (sea mucho o sea poco).

El tercer dato son dos cifras impresionantes, ambas provenientes de fuentes públicas (España, 2003): 118.500 es la cifra de números de identificación fiscal nuevos, casi todos correspondientes a autónomos, profesionales liberales o empresas. Voy a poner estos datos cerca de otra cifra, extraída esta vez del Ministerio del Interior: 53.000 millones de apuestas de juego hechas en España (desde un cartón de bingo hasta una moneda en la máquina tragaperras pasando por una apuesta en la lotería primitiva). Es decir, 53.000 mil millones frente a algo más de 100.000 iniciativas: una cosa es iniciativa, y otra muy distinta, apostar Vayamos con la tercera regla, que sostiene que, si ahora no tienes buena suerte, tal vez sea porque las circunstancias (tus circunstancias) son las de siempre. Para que la buena suerte llegue es conveniente crear nuevas circunstancias.

Ahora bien, uno no puede crear nuevas circunstancias si no entiende muy bien en qué circunstancias está anclado. ¿Y por qué muchas veces nos quedamos anclados? Sucede que el pensamiento humano es principalmente reproductivo más que productivo, es decir, tiende a reproducir patrones que ya conoce. Por eso, casi siempre que nos ponemos a dibujar un marciano, utilizamos los patrones de una persona. Estamos tan habituados a anclarnos en las circunstancias de siempre que pocos son los que dibujan algo así como una estrella de mar o, más sencillo todavía, una circunferencia. Por el contrario, el pensamiento productivo, que es el que intenta no tener en cuenta lo que conoce y partir de cero, es el pensamiento que más hace para que uno salga de sus circunstancias actuales.

Para salir de las circunstancias actuales es fundamental valorar positivamente el error. Todos hemos recibido en herencia la educación propia de Occidente, que proviene de la tradición latina y griega, y que está fuertemente basada en la crítica: pensamos que, corrigiendo lo que está mal, algo está bien. Gran parte del pensamiento occidental proviene de esta herencia. Sin embargo, los errores son una fuente de aprendizaje riquísima. Todos tenemos mucho miedo a equivocarnos, cuando en verdad equivocarse resulta fundamental. Quien no se equivoca no prospera ni progresa. El error es la clave del cambio, y tenemos que pasar a amar los errores y a fijarnos en ellos.

Citaré el ejemplo de Charles Darwin. Él llevaba siempre consigo una libretita en la cual apuntaba todo aquello que él no compartía o pensaba que no era cierto. Cuando oía un comentario con el que no estaba de acuerdo, rápidamente lo apuntaba. ¿Por qué? Porque el inconsciente es muy traicionero y tiende a apartar lo que no nos cuadra, y Darwin sabía que, si él se basaba sólo en lo que ya sabía y creía, sólo lograría continuar anclado en su paradigma actual. Y sólo él podría sacar de su paradigma pensamientos que él no compartía. Fue en esa libreta (una libreta llena de errores o de pensamientos que no compartía) donde se inspiró la teoría de la evolución. De hecho, en esa libreta hay hojas, reproducidas en muchos sitios, sobre las que están reflejados los primeros diagramas de la teoría de la evolución.

Sin embargo, no hace falta que sea tan complicado. Por ejemplo, en el campo del deporte, concretamente en el salto de altura, hasta aproximadamente 1968 se saltaba mediante la técnica de tijera o de rodillo ventral. Uno de los atletas más célebres de la historia fue Dick Fosbury, quien inventó el Fosbury flop (el salto de Fosbury). Fosbury pensó más o menos lo siguiente: "Todo el mundo salta una valla de cara". Esto es imprescindible porque, sin tomar conciencia de algo tan sencillo (sus circunstancias), Fosbury no habría estado en condiciones de decidirse a ponerse de espaldas. El problema es que nadie hasta entonces se planteaba que saltaba de cara. Realmente, cuando uno toma conciencia de las circunstancias en las que se encuentra, es muchísimo más fácil empezar a cambiarlas.

Otro problema añadido es que, cuando uno empieza a introducir cambios, el resto del mundo lo observa con perplejidad, asombro e incredulidad. Cuando Dick Fosbury empezó a saltar de espaldas recibió unas críticas durísimas; sin embargo, eso es lo que ha permitido llevar el salto de altura desde 2,24, que era la marca en aquel año, a 2,45. Dick Fosbury fue un atleta que pasó a la historia y ganó la medalla a los Juegos Olímpicos. Sin embargo, es curioso que nunca superó el récord mundial –que, por cierto, se había conseguido con la otra técnica de salto–. Dick Fosbury era un buen atleta, aunque no excepcional, puesto que no tenía las habilidades físicas suficientes para obtener una medalla. Sin embargo, ganó la medalla analizando previamente sus circunstancias.

Aquí me gustaría aportar otro ejemplo sobre el error. Yo tengo una hija de tres años que se llama Blanca y que ahora está en la época de ir al parvulario. Como todas las niñas de su edad, va con la libreta y vuelve con los ejercicios. Pues bien, en cierta ocasión venía con un ejercicio que era una circunferencia que tenía que pintar y me dijo: "Papá, no tengo que salirme de la raya". Yo respeté ese ejercicio porque mi hija tenía que adquirir esa habilidad, pero al mismo tiempo me disgustaba porque hay que plantearse qué sucede porque se salga de la raya. Por eso, cuando ya no tenía que llevar más la libreta al parvulario y la profesora no le iba a decir nada, hablé con mi hija: "Blanca, ven para acá. Coge un bolígrafo. Ahora vamos a salirnos de la raya". Y me respondió: "El papá está loco". "Sí, Blanca, salte de la raya", dije yo.

Y empezó a dibujar; primero con cierta timidez, pero poco a poco saliéndose de la raya. Y lo que era meramente un ejercicio de habilidad ("no debo salirme") se convirtió en otra cosa. Blanca empezó a ver cantidad de cosas. Empezó a decirme: "Papá, no es un círculo, es un ojo que llora". O me dijo: "Esto es el Sol". En definitiva, mi hija empezó a ver cantidades de cosas donde antes lo único que veía era "no equivocarse".

Aun así, ¿por qué nos da tanto miedo el error? Aquí entramos en un discurso que tiene que ver más con el riesgo. Sentimos mucha aversión al riesgo, cuando el riesgo es muchas veces la felicidad temida. La realidad es neutra, y, al final, el riesgo es una cuestión de percepción. Evidentemente, hay riesgos reales, pero sobre todo los riesgos relacionados con la toma de decisiones (los riesgos empresariales, por ejemplo) son muchas veces cuestión de percepción.

Aportaré un dato: una de cada de tres personas tiene miedo a volar, y, sin embargo, sólo se cae uno de cada millón y medio de vuelos. El dato es apabullante: uno de cada tres con respecto a uno de cada millón y medio. La respuesta puede ser que se trata totalmente de una cuestión de percepciones. Yo tenía bastante miedo a volar y seguí los consejos de un libro (Más allá del miedo). Se trataba de empezar a imaginarse que uno está dentro de un avión y que el avión se estrella. A ese ejercicio había que dedicarle veinte minutos diarios, imaginando con todo lujo de detalles cómo el avión entraba en barrena, se iban rompiendo los vidrios y los pasajeros gritaban. Me puse a ello los veinte minutos diarios de rigor durante dos semanas. Al final estaba harto, estaba cansado de pensarlo. Entonces me subí al avión, y, por supuesto, empezaron a venir los pensamientos de temor. Sin embargo, me daba tanta pereza, que el miedo se esfumó. En definitiva, con el miedo ocurre que, cuando se le mira a los ojos, uno descubre que no hay nada detrás. O mejor: detrás del miedo hay deseo, y al miedo no hay que vencerlo, sino que hay que convencerlo. Y la única manera de convencerlo es dejarlo entrar dentro de uno.

¿Más maneras de cambiar circunstancias actuales? Por ejemplo, en el terreno empresarial me gustó muchísimo lo que se utiliza en Hewlett Packard. Para poder salir de las circunstancias actuales en Hewlett Packard emplean la técnica siguiente. Por ejemplo, ante una propuesta como que la impresora LaserJet debe bajar su precio un 70% y, además, el nuevo modelo que está previsto que tarde dos años se tiene que hacer en ocho meses, lo normal es que el resto del comité directivo diga que es imposible. Ante ello, la respuesta que siempre se les da es ésta: "Bueno, eso es imposible bajo las circunstancias en las que estamos. Eso es imposible porque la empresa está pensada para que eso sea imposible, por lo que pónganse ustedes a pensar cómo debería cambiar esta empresa para que eso sea posible". Entonces se ponen a trabajar en cambiar la empresa para que esa locura que es un objetivo imposible sea posible. Pues bien, al cabo de un año consiguieron bajar un 70% el precio de la impresora LaserJet.

Entramos en la cuarta regla de la buena suerte, que es una de mis favoritas. Afirma que preparar las circunstancias para la buena suerte no significa buscar sólo el beneficio propio, sino que crear circunstancias para que otros ganen también atrae la buena suerte, que no es más que compartir.

Pensemos, por ejemplo, en Bill Gates, que es considerado el hombre más rico del mundo. Cuando busqué en Internet y miré la proporción de acciones de Microsoft que tenía, me quedé de piedra al comprobar que Bill Gates, que fue el creador de la empresa, por lo que un día tuvo el 100% de las acciones en su poder, ya sólo tiene el 10%. Me di cuenta de que Bill Gates era el hombre más rico del mundo precisamente porque ya sólo tiene un 10%, es decir, porque ha cedido el 90%. Probablemente, si hubiera querido concentrar ese 100%, ahora sería tan sólo un pequeño empresario de la Costa Este. Compartir es importantísimo. Al final, la buena suerte es como el agua: si la dejas estancada, se pudre, cuando lo que necesita es fluir.

Hay casos empresariales de este tipo buenísimos. Por ejemplo, Anita Roddick, que es la fundadora de Body Shop, la empresa de cosméticos de mayor crecimiento del Reino Unido y la más rentable. Una de las cosas que hace en sus tiendas es pedir a todos los dependientes que piensen en una causa social que les preocupe, y se compromete a que el 25% de los beneficios de esa tienda se destine a esa causa social. Es uno de los comercios de mayor crecimiento. Los empleados que trabajan allí saben que, cada vez que venden un perfume, están contribuyendo a algo que les preocupa. Realmente, la sociedad tiene que cambiar en esa dirección, y ha de pasar del paradigma de la competición al paradigma de la colaboración, porque, si no, entre otras cosas estamos poniendo en peligro el futuro de este planeta.

Otro caso muy interesante es la cadena de supermercados Mercadona, que aplica de forma impresionante políticas de recursos humanos basadas en compartir. Por ejemplo, los 39.000 empleados están en plantilla, en nómina y con contrato fijo. Si un empleado muere, el cónyuge recibe el mismo salario de por vida. Los hijos, a los dieciocho años de edad, tienen derecho a un contrato de por vida al entrar en la empresa. Una de las políticas de la compañía es que todo el mundo viva a menos de quince minutos caminando, y tiene un departamento dedicado a tramitar y ayudar en el cambio de vivienda para que la gente disponga de tiempo para sus hijos. Y lo más sorprendente es que, cuando abren un nuevo supermercado, el local lo ponen a nombre de los empleados. Para pagarlo, piden un crédito y Mercadona firma un contrato de alquiler de veinticinco años pagando la renta media de aquella zona más medio punto, con lo cual la compra está garantizada. Los empleados que trabajan en esa tienda saben que, al cabo de veinticinco años, el local será suyo. Mercadona podría quedarse el local y obtener más beneficios, pero a través de esa forma de compartir está creando la cadena de supermercados nacional de mayor crecimiento en este país, superando a todas las multinacionales francesas.

Nos vamos ahora a la quinta regla, cuyo enunciado es el siguiente: si se deja para mañana la preparación de las circunstancias, la buena suerte quizá nunca llegue.

Crear circunstancias requiere dar un primer paso, pero esta quinta regla nos obliga a algo más: hay que darlo precisamente hoy, es decir, no hay que postergar, sino perseverar. Algunos números, muy sorprendentes, revelan que la calidad es hija de la cantidad. Muchas veces, uno tiene el deseo de escribir un libro de poesía o de montar un pequeño negocio o de cualquier otra iniciativa, pero lo quiere hacer tan bien a la primera que eso lo bloquea. Cuando se analiza a las personas más célebres, a las que han hecho las obras más brillantes, se llega a la conclusión de que son individuos que han desarrollado una cantidad de creaciones totalmente brutal, y que fue la cantidad la que les trajo la calidad.

Traeré a colación algunos datos. Por ejemplo, Thomas A. Edison, que fue el creador de la lámpara luminosa, del fonógrafo y de dos o tres inventos más que se le conocen. Sin embargo, Edison tiene 1.903 patentes, un récord que nadie ha superado, aunque es conocido por unos pocos inventos. Es cierto que algunas resultan verdaderamente absurdas, como aquel invento de guardar el hielo en los establos para que no se fundiera, ideas que no llegaron nunca a ningún sitio. No obstante, aunque muchas de ellas han pasado al olvido, detrás hay una historia de muchísimo perseverar. Cuando Edison inventó la bombilla, no le salió a la primera, sino que realizó más de mil intentos, hasta el punto de que uno de sus discípulos que colaboraba con él en el taller le preguntó si no se desanimaba ante tantos fracasos. Y aquí entra de nuevo la cuestión de la percepción del error, porque Edison respondió: "¿Fracasos? No sé de qué me hablas. En cada descubrimiento me enteré de un motivo por el cual una bombilla no funcionaba. Ahora ya sé mil maneras de no hacer una bombilla". Ahí está esa actitud ante el error y el fracaso a la que antes me referí


Otro caso sensacional es Mozart. Se le conoce La flauta mágica, Don Giovanni, el Requiem, La Turca, que es la tercera parte de una sonata, La canción infantil, cuatro o cinco obras. Ahora bien, Mozart tiene más de seiscientas composiciones compuestas desde los seis hasta los treinta y cinco años, edad a la que murió (en 1791). Otro tanto sucede con Bach, a quien se le recuerda por las Cantatas, los Preludios, las Variaciones Goldberg, cuando Bach tiene registradas 1.087 composiciones. Bach escribía cada semana una cantata. Es más: tenía preparadas en su mesita de noche una pluma y una partitura porque decía que era en el momento en el que se despertaba cuando miles de melodías confluían en su cabeza, por lo que, para no olvidarlas, rápidamente esbozaba las cuatro notas de aquella melodía.

A Einstein se le conoce por la teoría de la relatividad y por el desarrollo del átomo, que llevó a la bomba atómica. En cambio, Einstein tiene 248 trabajos publicados con descubrimientos científicos. De Picasso se conocen por regla general siete u ocho cuadros, aunque Picasso realizó más de veinte mil dibujos. Picasso dijo en cierta ocasión lo siguiente: "Que la inspiración llegue no depende de mí; lo único que yo puedo hacer es que, cuando llegue, me coja trabajando". Esta frase tan interesante habla de cómo el trabajo y la inspiración se comportan, en definitiva, de modo parecido a la forma en la que llega la buena suerte.

Nos vamos a la sexta regla, que enseña lo siguiente: "Aun bajo las circunstancias aparentemente necesarias, a veces la buena suerte no llega. Busca en los pequeños detalles circunstancias aparentemente innecesarias, pero imprescindibles". Hay que mimar el detalle. Muchísimos de los grandísimos descubrimientos de este siglo y del siglo anterior han llegado por pequeñísimos detalles que pasaban inadvertidos a muchas personas.

Un ejemplo es el de Alexander Fleming, el descubridor de la penicilina, quien estaba haciendo unos cultivos sobre la gripe y su bacteria, cuando de pronto creció moho. De todas formas, eso no era nada nuevo, ya que a muchos científicos les entraba oxígeno en los cultivos, o sencillamente éstos envejecían. Cuando esto sucedía, el cultivo simplemente se tenían que desechar. Sin embargo, a Fleming se le ocurrió observar el moho bajo el microscopio, y pudo comprobar que toda el área de alrededor de la capa de moho estaba libre de estafilococos. Siguió investigando y halló un moho que llamó penicillium notatum, el cual empezó a ser toda la base de la penicilina.

Fleming publicó su hallazgo en 1928, aunque nadie hizo caso. Sin embargo, con el tiempo la penicilina ha salvado millones de vidas. En una entrevista, le hablaban a Fleming sobre el descubrimiento, y él aseguraba que no lo comprendía, porque decía que él no había hecho nada especial, salvo no ignorar aquella sugerente capa de moho. Es muy interesante esa reflexión: no ignorar lo que tantos científicos habían tenido en sus cultivos. A veces, los grandes descubrimientos se esconden detrás de pequeños detalles, pero uno los ve solamente cuando tiene una actitud muy, pero que muy atenta. En definitiva, cuando mantiene la actitud adecuada.

Abordemos la séptima regla, que señala que, a los que sólo creen en el azar, crear circunstancias les resulta absurdo, mientras que, a quienes se dedican a crear circunstancias, el azar no les preocupa. Muchas veces, cuando estamos ante un proyecto personal o profesional para muchas personas, puede resultar absurdo lo que estamos realizando. Y es muy curioso percibir que, cuando se habla con personas que están dentro de ese proyecto y que están muy convencidas, éstas no entienden que los otros lo vean absurdo.

Hay un momento casi al final de la fábula de La Buena Suerte en el que los dos caballeros se encuentran en el bosque. El caballero blanco ha removido un poco la tierra por si acaso naciera ahí el trébol, y entonces el caballero negro se topa con él por casualidad. Es un punto del libro que a mucha gente le ha pasado muy desapercibido, pero resulta un momento clave porque, cuando uno está leyendo, piensa que el caballero blanco ya ha encontrando el trébol. Sin embargo, éste le dice al otro caballero que no tiene nada que temer y que tiene la tierra y que he hecho llegar agua porque, a lo mejor, nace ahí el trébol. Por su parte, el caballero negro no entiende nada y le pregunta si sabe realmente que ése es el sitio del trébol, a lo que el caballero blanco responde que no. Entonces el caballero negro lo tacha de chalado por pretender que ése sea el sitio donde va a nacer, sabiendo que el bosque es tan grande. En definitiva, le resulta totalmente absurda la posición del caballero blanco, quien, en cambio, dice que está haciendo lo que tiene que hacer. Y aunque durante los primeros días le parece un poco absurdo trabajar en un terreno donde no sabe si va a nacer el trébol o no, a medida que van pasando los días cada vez le preocupa menos.

¿Qué lectura hay que hacer de la forma de pensar del caballero blanco? Creo que la siguiente: muchas veces, alcanzar la satisfacción plena consiste en poner el resultado dentro del proceso. Muchas veces nos volcamos demasiado en el resultado, es decir, según lo que obtengamos estaremos más o menos contentos. Sin embargo, de esa manera nunca lo estamos del todo, porque yo muchas veces me formulo la pregunta siguiente: ¿cuántos libros tengo que vender para ser feliz? Cada vez que me hago esta pregunta no llego a ninguna cifra; y entonces, al final me doy cuenta de que lo que tengo que hacer es disfrutar de la promoción del libro, y de estar aquí, y de conocer a gente. Hay que olvidarse del resultado, o mejor, poner el resultado dentro del proceso: cuando esto sucede, a uno le parece absurdo que otros piensen que está dependiendo del azar, porque ya se está disfrutando.

Nos vamos a la regla número ocho, que sentencia que nadie puede vender suerte. La buena suerte no se vende. Hay que desconfiar de los vendedores de suerte. Todos tenemos tantas ganas de hacer realidad nuestros anhelos que siempre hay un tipo listo que te ve con tantas ganas de éxito o de lograr tu sueño que te lo pone en tus manos. Y te dice: "Yo tengo lo que tú necesitas para hacerte llegar hasta tu sueño". Y muchas veces caemos. ¿A cuántos de nosotros nos han dicho eso de "Tengo un negocio formidable. Sólo un millón de pesetas. No se lo digas a nadie. Es un gran negocio?". Y después te enteras de que uno se metió en él y lo perdió todo. Ésos son los vendedores de suerte. Ante eso, uno ha de tener fe y ha de perseverar en su sueño.

Hay casos de ventas de suerte impresionantes. Por ejemplo, Joseph Swan, un británico, es el inventor de la bombilla. Edison no inventó la bombilla, sino que lo hizo Joseph Swan, que no pasará a la historia porque sencillamente no hizo más que una decena de intentos (sólo le faltaban alrededor de unos novecientos). Lo que hizo Edison fue coger la bombilla de Swan, en la cual entraba oxígeno y los filamentos se quemaban, y trabajó con entrega hasta que consiguió un tipo de material con el cual el filamento no se quemara. Esto último fue labor de Edison, pero el invento de la bombilla corresponde a Swan, que, sencillamente, no perseveró lo suficiente.

Otro caso es el de Tim Paterson. Tim Paterson no es conocido, pero en cambio fue el programador del sistema operativo MS-DOS, que fue el primer producto que Bill Gates lanzó al mercado bajo Microsoft. De hecho, Bill Gates fue llamado por IBM, que le preguntó por alguien que hiciera software. Bill Gates propuso un programador que, sin embargo, rechazó la oferta porque le pedían una exclusiva, y volvieron de nuevo a Bill Gates. Éste dijo a Tim Paterson –que ya tenía un software– que se lo compraba por cincuenta mil dólares, y sencillamente con unos cuantos cambios y dos semanas después lo vendía por millones de dólares a IBM. De todas maneras, y como ya he indicado, Bill Gates compartía. Bastante meses después dejó entrar a Tim Paterson en su empresa y le dio acciones. De todos modos, cincuenta mil dólares de 1982 probablemente no están mal, pero vendió bastante barata su suerte. Es ahí hay donde también hay que tener cuidado.

La novena regla mantiene que, cuando ya se han creado todas las circunstancias, hay que tener paciencia y no abandonar. Es decir, para que la buena suerte llegue, confía. Sobre esta regla se pueden poner ejemplos muy curiosos.

El primero es el de la política de Kellogs, el fabricante de cereales. Cuando Kellogs entra en un país en el que la población no desayuna con cereales, lo que hace es invertir en publicidad, encargar anuncios que muestran cómo las familias desayunan con cereales. Desde luego, la gente no consume, y ellos pierden dinero porque van haciendo sus campañas de publicidad sin que las ventas den para soportar esas campañas. No obstante, siguen y siguen durante normalmente diez años. Se ponen diez de años de inversión para lograr cambiar los hábitos de una población que tiene que pasar a desayunar con cereales, que es como desayunan los estadounidenses, pero no como lo hacíamos hace unos años los europeos. El caso es que, cuando Kellogs logra cambiar esas costumbres, adquiere unas participaciones de mercado y unos niveles de venta extraordinarios, y normalmente permanece en el liderazgo durante un lapso de veinte a veinticinco años. Ahora bien, para eso han sido necesarios diez años de inversión sin abandonar.

Otro dato interesante nos lo proporciona la revista Forbes, donde leí unas entrevistas que mantuvieron con los principales millonarios americanos, a los que preguntaban cuántas veces se habían arruinado antes de hacerse millonarios. El número era sorprendente: antes de hacerse millonario, un millonario americano se arruina 3,75 veces. Es decir, lo pierden todo y vuelven a empezar 3,75 veces, aunque, eso sí, probablemente aprendiendo mucho de los errores.

Veamos otro caso. Poca gente sabe que el post-it se inventó en 1968 por un ingeniero que se llamaba Spencer Silver. Este persona pensó inicialmente que esa goma que pegaba mal, aplicada sobre papel, podía servir para crear carteles de publicidad. Se podrían colocar en las universidades, en los teatros, etc., y después poder retirarlos sin tener que poner cola detrás, algo que resultaba muy engorroso. Sin embargo, no le veían potencial, y él estuvo doce años hablando con otros ingenieros con el fin de ver para qué demonios podía servir el papelito con la cola que pegaba mal.

Finalmente, la idea se le ocurrió a un compañero que trabajaba en la empresa y que cantaba en la coral de su barrio. Resulta que esa persona marcaba con papelitos rotos los puntos de las canciones que tocaba cantar, como muchos hacemos a veces con los libros. Sin embargo, sucedió que, en mitad de una representación, mientras cantaba en la coral, se le cayeron todos los papelitos, y se volvió loco durante toda la misa buscando la canción que tocaba cantar. Entonces se acordó del papelito amarillo: aquello podía servir de puntos de libro. Así lo lanzaron inicialmente, y hoy día recibe muchas aplicaciones, hasta el punto de haberse convertido en uno de los máximos éxitos empresariales del siglo XX. Aun así, poca gente sabe que, durante doce años, hubo una persona preguntando dentro de su empresa a quién se le ocurría para qué podía servir aquel papelito amarillo que pegaba tan mal.

La décima y última regla afirma que crear buena suerte es preparar las circunstancias a la oportunidad. Ahora bien, la oportunidad no es cuestión de suerte o de azar, sino que la oportunidad siempre está ahí. Evidentemente, esto es demasiado discutible para que yo lo pueda demostrar. Yo no puedo demostrar que el azar no existe: puede que yo salga de aquí y me caiga una piedra encima. Uno no puede negar el azar –de hecho, el azar es parte de la vida–. El riesgo es vida. Si estuviera todo predeterminado, sería horroroso; si supiéramos lo que va a pasar mañana, no tendría sentido vivir. He aquí la gran paradoja de la vida: saber que el azar es lo que nos da la vida, pero al mismo tiempo no cometer el error de abandonarnos a él.

Sin embargo, lo que sí hay es muchísimas oportunidades. Recuerdo que en cierta ocasión le preguntaron a Gabriel García Márquez cómo era posible que a él le sucedieran tantas cosas asombrosas, y él respondió que le ocurría lo mismo que a todo el mundo, sólo que él aprovechaba las oportunidades que pasaban por delante de él. Hay una teoría americana muy implantada que es la teoría de la oportunidad. Generalmente se dice que, hablando de negocios, lo contrario de "oportunidad" es "amenaza", pero a nosotros nos gusta decir que lo contrario de oportunidad no es amenaza, sino inoportunidad, que es no hacer lo que conviene en el aquí y en el ahora. Realmente, las amenazas existen; pero lo que hay, y mucho, son inoportunidades.

Todas las ideas que he explicado hasta ahora pueden sintetizarse de esta forma: crear buena suerte consiste, únicamente, en crear circunstancias. Hay una fórmula que nos gusta mucho, y que dice que i x d = r. Es decir: imaginación por deseo igual a realidad. Absolutamente todo lo que hay a nuestro alrededor que sea material (un vaso, una botella, un reloj, un micrófono...) antes no estuvo, hubo un momento en el que no fue. Todo ha pasado por la imaginación y por el deseo de alguien. Por tanto, la creación de circunstancias es, al final, activar la imaginación y el deseo: entonces es cuando las oportunidades aparecen.

Terminaré haciendo una breve referencia a las desgracias. Las desgracias están ahí y no se pueden negar; la vida se compone de dolor y de sufrimiento, aparte de alegrías. Quizá el gran reto de vivir es averiguar la forma de integrar el dolor y la desgracia para que la vida valga la pena.

En este sentido, hay una historia que a mí me dejó conmovido. Es la historia de una chica norteamericana surfista de trece años. Iba para campeona de surf, pero hace dos meses un tiburón la derribó y la mordió. Le arrancó todo el brazo izquierdo. La chica consiguió volver a nado como buenamente pudo, y lograron salvarle la vida.

Solamente dos semanas después de ponerse en pie, lo primero que dijo fue esto: "Quiero volver a la tabla de surf". Y su padre le preguntó: "Pero ¿por qué?". Y ella respondió: "Porque me he dado cuenta de que lo que Dios me ha pedido en esta vida no es ser una campeona, sino demostrar a las mujeres que la superación es posible".

La mentalidad de esta chica es una mentalidad verdaderamente ganadora: se dio cuenta, en definitiva, de que ese terrible dolor y esa terrible pérdida deben ser el punto de partida para empezar a crear buena suerte.





Faro: D. Fernando Trías de Bes, Profesor de la Bussiness School ESADE
Autor del best-seller 'La Buena Suerte'

No hay comentarios:

Publicar un comentario