En la antigua China, en la cima del monte Ping, había un templo en el que habitaba el sabio Hwan. De sus muchos discípulos, solamente conocemos uno, Lao-li. Durante más de veinte años, Lao-li estudió y meditó con el gran maestro Hwan. Aunque Lao-li era uno de los discípulos más brillantes y decididos, no había alcanzado todavía la sabiduría. No poseía la sabiduría de la vida.
Por: W. CHAN KIM y RENÉE A. MAUBORGNE
Lao-li luchó con- su suerte durante días, noches, meses e incluso años, hasta que una mañana, la caída de una flor de cerezo le habló a su corazón. "Ya no puedo luchar con mi destino -reflexionó-. Lo mismo que la flor del cerezo, debo resignarme airosamente a mi suerte". Desde ese momento, Lao-li decidió retirarse al llano y abandonar su esperanza de lograr la sabiduría.
Lao-li buscó a Hwan para comunicarle su decisión. El maestro se sentó ante una pared blanca, en profunda meditación. Reverentemente, Lao-li se acercó a él. "Maestro -dijo-; pero antes de que pudiera continuar, el maestro habló: "Mañana bajaremos juntos al llano". No era necesario decir nada más. El gran maestro había comprendido.
A la mañana siguiente, antes de descender de la montaña, el maestro contempló la inmensidad que rodeaba la cumbre de la montaña. "Dime, Lao-li -dijo-, ¿qué es lo que ves?". "Maestro, veo el sol que empieza a ocultarse justamente debajo del horizonte, serpenteado por colinas y montañas que siguen durante leguas, y en el valle, un lago y una vieja ciudad". El maestro escuchó la respuesta de Lao-li. Sonrió y luego bajó los primeros peldaños de su largo descenso.
A1 cabo de una hora, cuando el sol cruzaba el cielo, ellos proseguían su viaje, y sólo se detuvieron una vez cuando se acercaban al pie de la montaña. De nuevo Hwan le preguntó a Lao-li qué era lo que veía. "Gran maestro, a lo lejos veo unos gallos que corren alrededor de unos pajares, vacas que duermen en frescas praderas, unos viejos que disfrutan del último sol de la tarde y niños retozando junto a un arroyo".
El maestro permaneció en silencio y continuó andando hasta que llegaron a la puerta de la ciudad. Allí hizo un gesto a Lao-li y juntos se sentaron bajo un viejo árbol. "¿Qué aprendiste hoy, Lao-li? -preguntó el maestro-.Quizás sea ésa la última lección de sabiduría que te imparta". Lao-li permaneció mudo.
Por fin, tras un largo silencio, el maestro continuó. "El camino hacia la sabiduría es como el viaje desde lo alto de la montaña al llano. Sólo alcanzan la sabiduría quienes se dan cuenta de que lo que uno ve desde la cima de la montaña no es lo que ve desde el llano. Sin esa sabiduría, cerramos nuestras mentes a todo lo que no podemos ver desde nuestra posición y por consiguiente limitamos nuestra capacidad de' madurar y mejorar.
Pero con esta sabiduría, Lao-li, llega un despertar. Reconocemos que a solas uno ve solamente hasta cierto punto, lo cual, a decir verdad, no es mucho. Esta es la sabiduría que abre nuestras mentes a la mejora, acaba con nuestros prejuicios y nos enseña a respetar lo que al principio no podemos ver. Nunca olvides esta lección, Lao-li: lo que tú no puedes ver puede verse desde una parte diferente de la montaña".
Cuando el maestro dejó de hablar, Lao-li miró hacia e1 horizonte, y a medida que el sol se ponía, parecía elevarse en su corazón. Lao-li se volvió al maestro, pero el gran sabio se había ido. Así termina el viejo relato chino. Pero se ha dicho que Lao-li volvió a la montaña para vivir el resto de su vida allí, y que llegó a ser un gran sabio.
W. Chan Kim es profesor adjunto de estrategia y dirección internacional y Renée A. Mauborgne es ayudante de investigación de dirección y negocios internacionales en El Instituto Europeo de Administración de Empresas (INSEAD), Fontainebleau, Francia.
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